domingo, 31 de enero de 2016

Las Tanagrinas, las bisabuelas griegas de Lladró

Tanagra de finales del siglo III a.n.e.
Estamos comprobando en clase de Hª de la Cerámica que la cerámica griega es una de las que mejor se conocen a nivel mundial, y raro es un museo de arte que se precie que no tenga entre sus colecciones un vaso de figuras negras o de figuras rojas. Sin embargo, hay algunas variedades de cerámica griega que son menos conocidas, pero no por ello menos hermosas. Ejemplo de ello son las Tanagras o Figuras de Tanagra.

Estas figurillas son esculturas de terracota de pequeño tamaño (de 20 a 25 cm. de altura). Se solían hacer a molde, por apretón, en dos piezas, la frontal y la trasera, y en las figuras más toscas esta última parte apenas se detallaba. Lo que sí se hacía al detalle, en moldes aparte, y luego se montaba pegándose al cuerpo con barbotina, eran los brazos, las cabezas o los accesorios, como unos graciosos sombreros en forma de
cono llamados tholia.
Molde de yeso de una terracota helenística, de unos 12 cm (hacia 300 a. n.e.)
 Aunque a principios del siglo V a.n.e. se vendían a veces en los teatros como el típico recuerdo, la principal función de estas terracotas era funeraria, ya que se se introducían en las tumbas como ajuar funerario, sobre todo de niños y de mujeres, especialmente a partir del siglo IV a.n.e., cuando las costumbres griegas empezaron a cambiar y aparece la moda de la inhumación sustituyendo paulatinamente a la incineración. De hecho, fueron descubiertas hacia 1870 en los campos de la localidad griega de Tanagra (a unos 70 km. al norte de Atenas), cuando los agricultores desenterraban, arando, las tumbas de época tardoclásica y helenística. Su descubrimiento produjo tal furor, que hacia 1872 ya se realizó la primera exposición en el Louvre de estas figurillas y hacia 1873 la mayoría de las tumbas de las necrópolis de Tanagra habían sido saqueadas.
Sin embargo, se cree que el origen de estas figurillas era el Ática, que las exportaba de forma masiva desde sus alfares atenienses. Se han encontrado tanagrinas incluso al otro lado del Mediterráneo, y en algunos lugares, como en Alejandría, se imitaron hasta la extenuación. Estas figurillas son la quintaesencia de la elegancia griega, y tienen un canon de proporciones y una disposición que recuerdan mucho al clasicismo de Praxiteles y de Lisipo, pese a que la mayoría de los ejemplos que conservamos son ya de época helenística.
Tanagrina del Altes Museum de Berlín. En este caso se trata de una pieza excepcional, de lujo, ya que el azul y el dorado eran colores muy caros en la época (año 325 a.n.e. aprox.)
Las tanagrinas se policromaban, pero estaban al alcance de casi todo el mundo, lo que quiere decir que pese a las formas gráciles y esbeltas, estas figurillas no eran de lujo, excepto en contadas ocasiones. Se cocían a baja temperatura, no tenían vidriado y los pigmentos utilizados eran simples témperas aplicadas tras la cocción. Además, los colores, pese a ser resultones, eran de los más baratitos (el verde, que procedía de la malaquita, apenas se usaba, y el azul encarecía mucho las piezas y se reservaba a detalles la mayorías de las veces).
Colección de tanagras del M. N. de Alejandría

Figurilla de porcelana de Lladró
Además de su valor artístico y arqueológico intrínseco, las tanagras son una fuente directa de primer orden a la hora de comprobar cómo era la moda griega de los periodos clásico y helenístico, ya que son todo un repertorio de himationes, quitones y tholia, como hemos visto en clase de Fundamentos del Arte I, y son el precedente directo del gusto neoclásico y de manifestaciones mucho más contemporáneas, como las esculturas de porcelana de Lladró, que aunque no participan de la misma filosofía, sí que nos recuerdan a las tanagras en cuanto a la ampulosidad de los drapeados, la dulzura de los rostros y los coloridos mate y pastel.

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