viernes, 25 de marzo de 2011

En la guerra vale todo

 Ya conocéis el dicho castellano de que en el amor y en la guerra, todo vale. Aunque esta afirmación es de ética dudosa, lo cierto es que desde el principio de los tiempos las guerras han estado llenas de actos indignos, desde el asesinato de Viriato o el truco del Caballo de Troya hasta la manipulación informativa en la reciente Guerra de Irak.
Desde finales del siglo XIX, esta especie de guerra sucia tiene como principal soporte dicha manipulación de la información a través de los mass media, como la televisión o los periódicos. Nuestro país tiene el dudoso honor de haber sido objeto de campañas de desprestigio desde la época de Felipe II (recordad lo de la Leyenda Negra), pero la más sucia, feroz e interesada fue, sin ninguna duda, la que pusieron en marcha los periódicos estadounidenses para declarar la guerra a España y hacerse con las colonias españolas del Pacífico y el Caribe a finales del siglo XIX.

En efecto, a finales de siglo los periódicos sensacionalistas de los Estados Unidos eran la quintaesencia de lo que hoy denominamos periodismo amarillo (aquel que no tiene en cuenta el rigor de la información, sino el impacto en la opinión pública, con profusión de asesinatos, escándalos, famoseo, etc.). Los dirigentes de los dos principales emporios empresariales del periodismo neoyorkino, Hearst  (cuya vida inspiraría la famosa película de Orson Welles, Ciudadano Kane) y Pulitzer (sí, el de los famosos Premios Pulitzer), no dudaron en manipular de forma descarada la información referente a la rebelión cubana contra España, de manera que no solo propiciaron que la opinión pública americana se decantara por la intervención estadounidense en la guerra, sino que empujaron al presidente McKinley a declarar la guerra a España, cuyo desarrollo y consecuencias (el Desastre del 98) hemos estudiado en clase.
Pese a lo exagerado de los artículos incendiarios del New York Journal y el New York World (los periódicos de Hearst y Pulitzer respectivamente), estos fueron haciendo mella en la opinión pública de manera que cuando se produjo el accidente de la explosión a bordo del Acorazado Maine en el puerto de La Habana, dichos magnates de la prensa lanzaron la andanada final que condujo a la Guerra Hispano-Estadounidense.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la prensa escrita dejará paso a la televisión. Sin embargo, la manipulación informativa no ha cesado; más bien se ha hecho más sutil y refinada, y más universal, ya que si la prensa decimonónica llegaba tan sólo a un mínimo porcentaje de la población, la televisión está actualmente en todos los hogares del planeta.
Por eso es nuestra obligación no conformarnos con la apariencia de las cosas, sino contrastar las noticias desde diferentes fuentes y aplicar nuestro sentido crítico.
Sobre todo en nuestra época, donde las guerras (en algunas de las cuales España ha participado, como en Irak, Afganistán o Libia) han pasado a calificarse como acciones humanitarias, y donde internet ha empezado a configurarse como una potente herramienta de comunicación, como se demostró con el caso Wikileaks.

domingo, 13 de marzo de 2011

¡Pucherazo!


Algunas palabras y expresiones coloquiales pasan a ser patrimonio popular sin conocer su origen. Una de ellas es "pucherazo".
Cuando Cánovas y Sagasta pusieron en marcha el sistema del Turno Pacífico, pilar de la Restauración, uno de los requisitos fundamentales era el amañamiento de las elecciones para que en las Cortes hubiera una holgada mayoría que apoyara al gobierno.
El sistema era el siguiente:
1º El rey disolvía las Cortes y nombraba un nuevo gobierno.
2º El Ministro de la Gobernación convocaba nuevas elecciones y se reunía con los líderes de los partidos dinásticos: el Conservador y el Liberal.
3º Ambos partidos, mediante el procedimiento del encasillado, decidían qué candidato ganaría en cada una de las circunscripciones electorales, que estaban también amañadas (por ejemplo, una circunscripción rural con 5000 habitantes podía elegir los mismos diputados que una ciudad con un millón).
4º Cuando se hacía el recuento de votos, se amañaba el resultado de manera que siempre ganara el candidato prefijado.
Esto último era lo más problemático. Normalmente no era necesario hacer nada, ya que los caciques locales o comarcales ya se encargaban de presionar al electorado (repartiendo votos a las puertas de los lugares de votación, comprando votos con favores, etc.), pero a veces sí que era necesario manipular las votaciones.
Lo más corriente era sacar las papeletas de votación de la urna e introducir en ella nuevas papeletas... con el nombre del candidato decidido de antemano, claro.
Estos votos se guardaban en un puchero, de ahí la expesión.
La cosa era tan esperpéntica que a veces se reflejaba en las actas que había votado gente que había fallecido semanas antes (llamados, jocosamente, lázaros, porque habían resucitado para votar) , o que había estado ausente, etc.
En los casos más extremos se destruían las actas electorales.
Esta forma de actuar no era exclusiva de España, sino que se daba en la época en la mayoría de países occidentales, desde los EEUU hasta la Alemania de Bismarck. De hecho, Cánovas copió el sistema del Turnismo del caso inglés, donde también se turnaban en el poder los partidos Liberal (Whig) y los Conservador (Tory) con parecidos procedimientos fraudulentos, como los llamados burgos podridos.