miércoles, 26 de enero de 2011

Donde dije digo, digo Diego: la vida y milagros de Fernando VII


Hemos visto en clase cómo ya desde el Proceso de El Escorial, el bueno de Fernando VII (entonces Príncipe de Asturias), aún un pipiolo, denunció a todos sus compinches para escurrir el bulto . Desde entonces, toda su vida fue una serie completita de acciones rastreras y traiciones a troche y moche:

En fin toda una joyita. Hasta su propia madre, María Luisa de Parma, llegó a pedir al Emperador de los Franceses que lo fusilara.

Como muestra, Napoleón, en sus Memorias, dijo de él (el texto lo podéis encontrar en la Wikipedia):

"No cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José, lo que quizás se habrá considerado hijo de la fuerza, sin serlo; pero además me pidió su gran banda, me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas que de ningún modo tenía precisión de hacer. En fin, me instó vivamente para que le dejase ir a mi Corte de París, y si yo no me presté a un espectáculo que hubiera llamado la atención de Europa, probando de esta manera toda la estabilidad de mi poder, fue porque la gravedad de las circunstancias me llamaba fuera del Imperio y mis frecuentes ausencias de la capital no me proporcionaban ocasión."

Napoleón llegó incluso a publicar su correspondencia con Fernando VII en un periódico parisino para que el pueblo español se diera cuenta de la calaña de aquél a quien llamaban El deseado, a lo que Fernando VII respondió dando las gracias al Emperador por mostrar así al mundo el amor que por él profesaba.

Y, a todo esto, lo más aleccionador es la actitud del pueblo español. Cuando los liberales, al grito de "¡¡¡Viva la Pepa!!!", advertían a sus conciudadanos que Fernando VII los cargaría de cadenas, los patriotas españoles respondían:

¡¡¡Vivan las caenas!!!

Yes. Spain is different.

lunes, 10 de enero de 2011

El Requerimiento. Una treta para el sometimiento de los indígenas americanos.


Cuando se produjo el Descubrimiento de América de 1492, la política de la Monarquía Hispánica empieza a sufrir un enorme giro. Entre otras cosas, se prepara para ser un reino fuerte y poderoso gracias a las riquezas que podía obtener del Nuevo Mundo. Para ello, era necesario establecer mecanismos de sometimiento de la población indígena americana. Uno de ellos fue la aculturación en forma de evangelización forzosa. El Requerimiento no es más que una manifestación de este proceso, se trataba de la lectura pública en los poblados indios de textos referentes a la obediencia debida a sus nuevos señores, los reyes hispanos, y la aceptación de la verdadera fe. Si este requerimiento recibía algún tipo de rechazo, significaba que se convertían automáticamente en enemigos de la Corona y de Dios, lo que suponía el derecho de los conquistadores de masacrar a los rebeldes y esclavizar a los supervivientes. Así era el siglo XVI, un tiempo en el que se cruzó el espíritu medieval caballeresco con los conceptos modernos del dominio del comercio y de los mares. En fin, aquí os dejo una reproducción de un "Requerimiento" de los primeros años de dicho siglo:

De parte del muy alto e muy poderoso y muy católico defensor de la Iglesia, siempre vencedor y nunca vencido, el gran rey don Hernando el Quinto de las Españas, de las dos Çicilias, de Iherusalem y de las Islas e Tierra Firme del mar Océano, etcétera, domador de las gentes bárbaras, y de la muy alta y muy poderosa señora la reina Doña Juana, su muy cara e muy amada hija, nuestros señores, Yo, Pedrarias Dávila, su criado, mensajero y capitán, vos notifico y hago saber como mejor puedo:

Que Dios Nuestro Señor, uno y eterno, crió el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de quien nosotros y vosotros y todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y todos los que después de nosotros vinieren; mas, por la muchedumbre de la generación que destos ha sucedido desde cinco mill y más años que el mundo fué criado, fué necesario que los unos hombres fuesen por una parte y otros por otra, y se dividiesen por muchos reinos e provincias, que en una sola no se podían sostener ni conservar.

De todas estas gentes Nuestro Señor dió cargo a uno, que fué llamado San Pedro, para que de todos los honbres del mundo fuese señor e superior, a quien todos ovedeciesen, y fuese cabeça de todo el linaje umano donde quiera que los honbres viviesen y estubiesen, y en cualquier ley, seta o creencia y dióle a todo el mundo por su reino, señorío y jurisdicción. Y como quier que le mandó que pusiese su silla en Roma, como en lugar más aparejado para regir el mundo, mas tanbién le permitió que pudiese estar y poner su silla en cualquier otra parte del mundo y juzgar y governar a todas las gentes, christianos, moros, judíos, gentiles, y de qualquier otra seta o creencia que fuesen. A este llamaron Papa, que quiere decir admirable, mayor, padre y goardador, porque es padre y governador de todos los hombres. A este San Pedro obedescieron y tomaron por señor, rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y ansímismo an tenido todos los otros que después dél fueron al pontificado heligidos; ansi se ha continuado hasta agora y se continuará hasta que el mundo se acabe.

Uno de los Pontífices passados que en lugar deste sucedió en aquella silla e dignidad que he dicho, como señor del mundo, hizo donación destas Islas y Tierra Firme del mar Océano a los dichos Rey e Reyna y a sus subcessores en estos reinos, nuestros Señores, con todo lo que en ellas ay, segund se contiene en ciertas escripturas que sobre ello pasaron, segund dicho es que podeis ver si quisiérdes. Ansi que Sus Altezas son reyes y señores destas Islas e Tierra firme por virtud de la dicha donación; y como a tales reyes y señores, algunas islas más, y casi todas a quien esto ha seído notificado, han recibido a Sus Altezas y les han obedescido y servido y sirven como súbditos lo deven hazer; y con buena voluntad y sin ninguna resistencia, luego sin dilación como fueron informados de lo susodicho, obedecieron y recibieron los varones religiosos que sus Altezas les enbiaban para que les predicasen y enseñasen nuestra Santa Fee, y todos ellos de su libre agradable voluntad, sin premia ni condición alguna, se tornaron christianos, y lo son, y Sus Altezas los recibieron alegre y benignamente, y ansi los mandó tratar como a los otros sus súbditos y vasallos, y vosotros sois tenidos y obligados a hazer lo mismo.

Por ende, como mejor puedo vos ruego y requiero que entendais bien ésto que os he dicho, y tomeis para entenderlo y deliberar sobre ello el tienpo que fuere justo, y reconoscais a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo y al Sumo Pontífice, llamado Papa, en su nombre, y al Rey y a la Reina, nuestros señores, en su lugar, como superiores e señores y reyes desas Islas y Tierra Firme, por virtud de la dicha donación, y consintais y deis lugar que estos padres religiosos vos declaren y prediquen lo suso dicho. Si ansi lo hicierdes, haréis bien y aquello a que sois tenidos y obligados, y Sus Altezas, y yo en su nombre, vos recibirán con todo amor y caridad, y vos dexarán vuestras mugeres, hijos y haziendas libres, sin servidumbre, para que dellas y de vosotros hagais libremente todo lo que quisierdes e por bien tubierdes, y no vos compelerán a que vos torneis christianos, salvo si vosotros, informados de la verdad, os quisierdes convertir a nuestra santa Fee católica, como lo han hecho casi todos los vecinos de las otras islas, y allende desto, Su Alteza vos dará muchos previlejos y esenciones y vos hará muchas mercedes. Si no lo hiciérdes, o en ello dilación maliciosamente pusierdes, certificoos que con el ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos subjetaré al yugo y obidiencia de la Iglesia y de Sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mugeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y disporné dellos como Su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos haré todos los males e daños que pudiere, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen. Y protesto que las muertes y daños que dello se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de Sus Altezas, ni mia, ni destos cavalleros que conmigo vinieron. Y de cómo lo digo y requiero, pido al presente escribano que me lo dé por testimonio sinado, y a los presentes ruego que dello sean testigos.

viernes, 7 de enero de 2011

Sólo el necio confunde valor y precio

El problema del precio del Arte es el mismo que el del oro: no se compra y se vende porque sea bonito y nos atraiga su brillo como a una urraca, sino porque se trata de un valor refugio que rara vez pierde “poder” monetario: quien posea unos kilitos de oro o un par de Picassos sabe, con seguridad, que los va a vender cuando le venga en gana GANANDO SIEMPRE. Por eso, en época de crisis, se multiplican los anuncios de “compro oro” y se pagan barbaridades que harían enrojecer a Bill Gates por cualquier obra de arte.

Cuando los gurús del arte pagan lo que pagan por cualquier obra, están “invirtiendo”, les importa un comino su valor artístico. Es más, son capaces, incluso, de adquirir por millonadas cualquier cosa que se pueda revender más cara, aunque ataque sus propios principios ideológicos. Los Rockefeller, el paradigma del capitalismo americano (sirvió incluso como modelo para el Tío Gilito de Disney), llegaron a contratar al propio Diego Rivera, el famoso cartelista del comunismo trotskista, para decorar su sanctasantórum. Es más,  son capaces incluso de monetizar la efigie de Lenin o del Ché Guevara, comercializar camisetas con la "A" anarquista o comprar la Mierda de artista enlatada por Piero Manzoni, que constituía una descarnada denuncia contra este cambalache artístico.
Como decía Machado, sólo un necio confunde valor y precio. El problema no es la calidad artística o el valor estético o emotivo de una obra (yo babeo con los dibujos de mis hijas), sino en creernos que una cosa vale lo que nos dice Christie’s.