jueves, 2 de diciembre de 2010

Pintura románica

Recordad que vimos en clase que la pintura románica estaba casi siempre supeditada a la arquitectura y que la solía cubrir por completo, ya que un edificio románico (sobre todo las iglesias) no se consideraba acabado hasta que no se pintaba. No sólo no se dejaba ni una pared sin enfoscar ni colorear, sino que incluso los relieves y la estatuaria estaban policromados.
Vimos que sólo había dos ejemplos de pintura que no fuese mural: los manuscritos iluminados (como el célebre Comentario sobre el Apocalipsis de Beato de Liébana) y los frontales de altar.

Precisamente hemos tenido la suerte de recibir vía Tuenti esta parodia de un frente de altar. Sin embargo, coñas aparte, podemos ver casi todas las características de un frontal de altar auténtico: un panel central alusivo al personaje a quien se dedica la advocación del templo, paneles laterales alusivos a su vida (en este caso son paneles únicos en cada lado, pero a veces están divididos en dos partes), línea nítida marcando los contornos, tintas planas, colores vivos y paleta escasa, estereotipación de gestos, desproporción, simbología cristiana (mandorla, alfa y omega, la Virgen como trono de Dios, etc.), etc.
Sólo hemos visto alguna pega: que los frontales de altar catalanes (que son los más frecuentes) no presentan ese paisaje estilizado (esto es más propio del románico del Camino de Santiago, recordad las pinturas del Panteón de san Isidoro de León), y que la buena de la Esteban parece más una Virgen gótica, del modelo de la Galactotrofusa (amamantando al niño).
Recordad en Historia de España, cuando estudiemos el tema de Carlos I y el Concilio de Trento, cómo esta imagen de la Virgen amamantando será retirada de la circulación por las nuevas concepciones religiosas, que alcanzarán como en ninguna otra época al mundo del Arte.