sábado, 25 de septiembre de 2010

¡Manipulación!

En clase de Historia de España nos referíamos a lo importantes que son las fuentes a la hora de juzgar un acontecimiento histórico. Estuvimos viendo un spot bastante gracioso en el que un abuelete nos contaba cómo las circunstancias habían hecho que no apareciera en una de las fotos más famosas de la Historia, la que Charles Clyde Ebbets realizó en los años 30 y que mostraba el almuerzo de los obreros suspendidos en una viga durante la construcción del Rockefeller Center de Nueva York.
Citábamos también, como ejemplo, las dos versiones de la Batalla de Covadonga, una desde el punto de vista del literato e historiador árabe Al-Maqqari, y la otra desde el punto de vista cristiano, de la Crónica de Alfonso III. Aunque ambas fuentes hablan de un mismo hecho (lo que conocemos como "el inicio de la Reconquista"), está tratado de manera tan diferente que debemos pensárnoslo dos veces a la hora de admitir cualquiera de las dos versiones como verdadera.
Sin embargo, la manipulación de las fuentes no es algo del pasado. Es más, cuanto más nos acercamos a nuestros días, esta manipulación de la información se va haciendo cada vez más refinada y difícil de detectar para el ojo poco entrenado. Por ejemplo, es ya clásico recurrir como ejemplo a la foto de Lenin arengando a las masas que Stalin ordenó censurar eliminando a su competidor, Trotsky, literalmente, de la foto (más tarde se encargaría de eliminarlo también físicamente). Un trabajo digno del mejor Photoshop.

Pero tampoco es necesario hacerlo de una manera tan expeditiva. Son típicas las fotos de los políticos en campaña electoral con su aspecto mejorado o apareciendo al lado de los menesterosos, besando niños y niñas a tutti pleni y apareciendo como sesudos protectores del bien común. Felipe González, por ejemplo, pasó a la historia del márketing político al aparecer en los carteles de campaña a la presidencia del Gobierno con las patillas blanqueadas, de manera que su aspecto pareciera más experimentado, menos bisoño.
Y, para rizar el rizo, hay que fijarse también en lo que no dice la foto. Alfonso puso un ejemplo muy claro en clase: la foto del dictador Francisco Franco con el cardenal Tarancón. Cuando Franco aparecía en las fotos de las entrevistas oficiales con una mesa repleta de papeles, libros y documentos, el mensaje subliminal (recordad lo que vimos sobre las Leyes de la Gestalt en clase de Historia del Arte) estaba claro: Franco estaba trabajando día y noche por la nación, tanto que el trabajo se le acumulaba al pobrecico.
Por ello hay que estar siempre con el ojo avizor. Una vez más, hay que echar mano a la cultura popular: de lo que veas, la mitad creas.
Aplicaros el cuento.
Sobre todo, en clase.

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